domingo, 23 de septiembre de 2007

"No - discriminación": esencialmente arbitraria

Estamos en el 18 chico (aunque para muchos la celebración duró una semana completa). Motivado por las "fiestas patrias", tenía la intención de escribir sobre el alma nacional, y en particular sobre los orígenes de nuestra nación. ¿El fin de esto? Señalar que Chile no tiene doscientos años de historia, sino que cerca de quinientos; mostrar, a grandes rasgos, cómo nació nuestra patria; explicar por qué la historia nacional no se identifica con el sistema republicano; etc...

Sin embargo, ese arriesgado -pero necesario- intento tendrá que esperar. La contingencia nacional me superó. Tengo la convicción de que lo poco que queda del alma nacional se ve amenazado gravemente -mucho más de lo que parece- por el proyecto de ley que establece medidas contra la discriminación. Y como durante la última semana se sucitó un debate al respecto en A2 de"El Mercurio", parece más necesario abordar este tema y no los orígenes de Chile, al menos por el momento. Por ello, paso a transcribir tres cartas publicadas en el "diario que miente", los días domingo 16, jueves 20 y viernes 21 de septiembre, respectivamente. La primera es de Diego Schalper, la segunda de Álvaro Paul, y la tercera de quien escribe.


Si bien hay que profundizar mucho más en el tema, creo que estas cartas son un buen punto de partida para comprender la maldad del proyecto de ley en cuestión. Que paradoja, ¿no? El proyecto de ley de no discriminación es esencialmente arbitrario...


Señor Director:

Un debate que se ha mantenido bastante soterrado es la tramitación que se está llevando a cabo en el Senado del proyecto de ley que establece medidas en contra de la discriminación. En líneas bastante generales, lo que persigue es dotar al Estado de amplias facultades en contra de "toda forma de discriminación", definida de manera amplísima (art. 2), y establecer una acción bastante particular y de especial tramitación.

Quisiera poner énfasis en dos temas que me parecen fundamentales. Primero, no logro entender cuál es el motivo de establecer un marco legal, cuando nuestra misma Constitución ya se encarga del punto en el artículo 19 Nº 2, dotando a las personas de recursos de protección para perseguir discriminaciones arbitrarias que puedan afectar sus derechos. El proyecto en comento exacerba considerablemente los efectos normativos, haciendo extensivo el reproche incluso a los casos donde la discriminación no lleva aparejada arbitrariedad y aun cuando no se lesionen derechos con ella.

Y segundo, resultan preocupantes los fundamentos del proyecto, donde se propugna un derecho a la no discriminación, que podría ser la puerta de entrada a múltiples pretensiones de determinados grupos dentro de nuestra sociedad, que curiosamente son los principales promotores del mismo.

Sobre estos supuestos, mañana perfectamente algunos podrían defender -y así lo han hecho en países como España, por ejemplo- la instauración de matrimonios entre homosexuales. Ilustrativo resulta el caso de Escocia, donde un instructivo del servicio nacional de salud recomienda no hablar de "padres" y "madres", por considerarlo ofensivo y discriminatorio respecto de las parejas homosexuales. ¿Para allá nos quieren llevar?

DIEGO SCHALPER SEPÚLVEDA
Presidente
Centro de Alumnos Derecho UC


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Señor Director:

El proyecto de ley sobre la no discriminación radicado en el Senado, y sobre el cual se han publicado algunas cartas estos días, padece del grave problema de igualar la discriminación arbitraria con la diferenciación legítima.

En efecto, en dicho mensaje se establece que constituye una discriminación arbitraria todo tipo de diferenciación basada en motivos de raza, lengua, apariencia personal, orientación sexual, etcétera, que prive, perturbe o amenace el legítimo ejercicio de los derechos establecidos en el ordenamiento jurídico vigente.

Con una definición tan amplia, podrían darse situaciones ridículas, como obligar al pago de una multa de hasta 100 UTM a un colegio musulmán, por no contratar a un evangélico de profesor de religión; o a una empresa de modelaje, por no contratar a una persona sin los atributos físicos necesarios. Quizá lo peor en la redacción de este proyecto, es que no distingue respecto de los ámbitos en los cuales debe aplicarse, con lo que una persona podría ser multada por hacer legítimas diferenciaciones en las decisiones de su vida personal.

Álvaro Paúl Díaz
Abogado


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Señor Director:

El proyecto de ley que establece medidas contra la discriminación es un típico caso de "remedio peor que la enfermedad". Su artículo 1º señala que tiene "por objeto prevenir y eliminar todas las formas de discriminación".

Si bien a primera vista esto parece loable, si se analiza a fondo ello no lo es tanto. Discriminar es distinguir, separar; nada más humano que eso. ¿Qué es pensar sino distinguir una cosa de otra, lo bueno de lo malo, lo igual de lo desigual?

Pero el proyecto en cuestión olvida todo lo anterior: engloba en un mismo grupo distinciones legítimas con discriminaciones arbitrarias. Por lo mismo, si se transforma en ley, se les impondrá a todos los ciudadanos e instituciones un modelo de hombre que no distingue, al cual todo le da lo mismo. Porque para el proyecto distinguir ya es arbitrario. Y contra los que no compartan esta visión "pluralista" y "tolerante" de la sociedad se establece una acción procesal especial, y eventualmente una agravante penal. Las implicancias de esto en ámbitos como el laboral o el educacional son gravísimas e insospechadas.

Los paladines del pluralismo y la tolerancia son, paradójicamente, los reyes de la imposición y la uniformidad intelectual. ¿No es acaso arbitrario el proyecto de no discriminación?

Claudio Alvarado Rojas
Ayudante de Derecho Constitucional
Derecho UC

sábado, 15 de septiembre de 2007

¿Nunca más? ¿Celebración? A propósito del 11 de septiembre...

Si bien ya estamos en plenas "fiestas patrias" - este año se adelantaron y alargaron las celebraciones, aún no tengo juicio formado respecto a la conveniencia o inconveniencia de esto -, no quiero dejar pasar dos comentarios que, al igual que en cada 11 de septiembre, he escuchado y leído durante los últimos días. Dichos comentarios no se comparan con el terrible homicidio del cabo Cristián Vera (q.d.e.p.), la peor injusticia a la que hemos asistido en el último tiempo. Sin embargo, el trasfondo de ellos puede explicar una serie de enemistades, mal entendidos y comportamientos indeseados que en nada contribuyen al bien de nuestra patria.

El primero de estos comentarios es el tan trillado y repetido "nunca más". ¿Nunca más qué? ¿Nunca más se debe reaccionar ante un gobierno ilegítimo y totalitario? ¿Nunca más la comunidad puede rebelarse legítimamente aunque se cumplan los requisitos y condiciones para ello? ¿Nunca más se debe hacer frente a la tiranía? No. Quienes sostienen estas cuestiones no miran con honestidad al Chile de 1973. Chile se veía amenazado gravemente por el totalitarsimo marxista, que como un cáncer se propagaba sin detención por todo el cuerpo social. Los pronunciamientos del Colegio de Abogados y de la Corte Suprema, el Acuerdo de la Cámara de Diputados, los famosos dichos vertidos por dirigentes democratacristianos de aquella época (algunos de ellos Presidentes de la República posteriormente), en fin, tantas otras pruebas, hacen muy difícil desmentir que el Golpe constituyó un legítimo ejercicio del derecho de rebelión. Ojalá nunca más vivamos los acontencimientos que llevaron a justificar un episodio tan doloroso y difícil como el 11 de septiembre de 1973. Pero más que un "nunca más" antojadizo y amnésico, resulta más preciso y honesto un "ojalá que nunca más, tratemos que nunca más, pero aunque duela, siempre que sea necesario".


El derecho de rebelión es como la legítima defensa. Uno no quiere que se den las condiciones que obligan a ejercerla. Pero si ellas se dan, no queda otra. Tal como el 11 de septiembre de 1973. No se puede seguir fomentando la falsificación de la historia nacional. Se debe distinguir el derecho de rebelión del 11 de septiembre - una cosa -, del gobierno militar - otra - . Si bien intrínsecamente unidos, no son lo mismo. Las atrocidades que hayan ocurrido en el último no deben hacer olvidar la real justificación del primero. El 11 de septiembre de 1973 se liberó a Chile del totalitarismo marxista que amenzaba con destruir el alma nacional, que llevaba a nuestro país a convertirse en una segunda Cuba. Quien niegue esto debe tener muy buenos argumentos que - a la luz de toda la documentación existente, y de los cambios que han experimientado las propuestas y las doctrinas de quienes entonces acompañaban al ex Presidente Allende (q.d.e.p.) - cuesta pensar que existan (salvos, claro, la ideología y el fanatismo extremos).

Sin embargo, el segundo comentario "demás" que se vierte cada 11 de septiembre proviene precisamente de quienes se supone que entienden lo anterior. Lamentablemente, muchos de ellos dicen "vamos a celebrar...". ¿Celebrar qué? ¿Celebrar cómo? Una cosa es comprender la real y legítima justificación del Golpe, y otra muy distinta es hacer vista gorda de los difíciles momentos que vivió Chile en esos días, del sufimiento que experimentó una multitud de compatriotas - quizás equivocados muchos de ellos, pero personas y hermanos antes que todo -, de la división que desde esos años existe en nuestra patria, etc. Tal como dijo un buen amigo, nadie hace grandes fiestas cuando se amputa un brazo para salvar la vida. Hay tranquilidad, serenidad, incluso algo de alegría. Pero ese día no es el más feliz de la existencia ni mucho menos. Con la operación se evita un mal mayor, pero no se consigue el mayor de los bienes ni mucho menos. Está justificada la amputación, pero no es algo que uno sueñe vivir ni mucho menos. Algo parecido le pasó a Chile el 11 de septiembre de 1973.

Ni "nunca más" antojadizos y amnésicos, ni celebraciones imprudentes y desmesuradas. Tengo la firme convicción de que a eso nos obliga el patriotismo, virtud tan olvidada en estos días...

sábado, 8 de septiembre de 2007

¿Por qué anti-valóricos?

Tal como imaginé, varios de mis lectores - que obviamente aún son pocos, hay que ir paso a paso como dice Mostaza - han preguntado qué dientres significa eso de ser anti-valóricos. Al parecer sorprende que un iusnaturalista católico como yo - expresión difícil de entender pero que representa fielmente la corriente de pensamiento a la que adhiero - realice un llamado a ser así, anti-valóricos. Sin embargo, al igual que mi anterior invitación a ser revolucionarios, no se trata más que de un llamado a vivir los principios y a no dejarlos guardados y/o olvidados en los folletos.

No digo que haya que ser anti-valóricos porque el término valor provenga del autor de "Así habló Zaratustra". Si bien esto ya puede dar alguna luz, aquí no habrá un análisis histórico-filosófico ni mucho menos. El punto es mucho más simple: creo que hablar de valores sin entender el trasfondo de lo que implican los "temas valóricos" juega en contra de nuestra visión del hombre y de la sociedad. Implica partir el partido con goles de desventaja. Y lo peor es que no nos damos cuenta.

El primer - y más grave - gol al que aludo es que hablar de "temas valóricos" implica afirmar tácitamente que existen temas valóricos y temas que no lo son, temas que tendrían ciertas implicancias morales y temas que no. Así, la vida, la familia, y la sexualidad serían temas valóricos. Por su lado, el trabajo y la economía no tendrían implicancias morales. Esto es falso. Todos y cada uno de los temas relevantes para el hombre tienen implicancias morales. Porque todos y cada uno de ellos definen o afectan distintos aspectos del bien de la persona. En todos y cada uno de ellos se pueden distinguir cosas buenas y cosas malas; cosas que colaboran a la perfección de las personas y cosas que atentan contra su dignidad. Cosas que lo acercan a su fin y cosas que no; cosas que lo elevan y cosas que lo animalizan. La tarea es justamente encontrar y descubrir cuáles son las bases y principios morales que en todas y cada una de las actividades del hombre se deben respetar y promover. Pero mientras hablemos de temas valóricos y temas que no lo son se seguirá desconociendo - o ignorando, q es peor - la dimensión moral de muchísimos aspectos de la vida humana. Se seguirá creyendo que sólo ciertos temas puntuales son morales o valóricos. Se seguirá pensando que el mercado y la competencia son garantía directa y exclusiva de promoción del bien social. Se seguirá deshumanizando nuestra sociedad.

El segundo error o problema que presenta hablar de "temas valóricos" es que se da a entender que, en lo relativo a ellos, existirían distintas opiniones, muchas contradictorias entre sí, pero todas igualmente válidas. Porque cada uno podría construir su propia escala de valores respecto de la vida humana, de la familia, de la sexualidad, etc. Esa manera de razonar no sólo es dañina, sino que es absurda. Implica negar la realidad de las cosas. O la vida comienza en la concepción o no. O el matrimonio es entre hombre y mujer o no. O da lo mismo acostarse con 20 personas antes de casarse o no. Pero uno y otro no son lo mismo. No se pueden igualar cosas que son radicalmente distintas. Algunas colaboran al bien del hombre y otras no. Algunas son adeucadas a su dignidad y otras no. Y quienes tenemos convicciones y argumentos sólidos al respecto no podemos entrar a la discusión aceptando como iguales entre sí cosas que evidentemente no lo son. Menos aún podemos asimilar esta manera de pensar sin darnos cuentas de sus negativas consecuencias.

Ser anti-valóricos, entonces, no es algo sin importancia. Implica reconocer que en todos y cada uno de los ámbitos de la vida humana se pueden encontrar cosas buenas y cosas malas, y que esas cosas buenas y malas no dependen del arbitrio particular, sino que de las exigencias de la naturaleza humana (a la larga, de Dios, que es su creador). Ser valóricos hoy en día, sin entender estas cuestiones, atenta contra la moral que queremos defender...

PD: Explicado ya el nombre de este blog, desde la próxima semana comienzan las opinions sobre la contingencia nacional y extranjera...

sábado, 1 de septiembre de 2007

¿Por qué revolucionarios?

Dedicaré esta primera "entrada" a explicar parte del nombre que recibe este espacio. Señalaré por qué creo que estamos llamados a ser revolucionarios. Próximamente trataré el tema de ser "anti-valóricos"... Tengo la firme convicción de que quienes compartimos cierta visión del hombre y de la sociedad estamos llamados a ser eso, revolucionarios y anti-valóricos; especialmente si somos jóvenes, especialmente si sentimos una fuerte vocación de servicio público, especialmente si nos interesa actuar e influir en política con vistas a mejorar nuestro Chile y nuestro mundo.

Hoy en día coexisten distintas concepciones de lo que es bueno y lo que no, de lo que se debe hacer y de lo que se debe evitar, de lo que hay que promover y de lo que hay que prohibir. Esto es un dato de la causa. El problema surge para quienes sabemos, ya sea por razón o por Fe, que existen ciertas cuestiones respecto de las cuales no caben dos opiniones. El problema surge para quienes entendemos que no hay libertad sin verdad. El problema surge, en definitiva y más gravemente aún, para quienes sabemos que todo se ordena a la Gloria de Dios.

¿Y qué debemos hacer quienes estamos en las circunstancias anteriores? ¿Cómo debemos actuar en un mundo en el que por defender las cosas más importantes y trascendentales de la vida muchas veces uno se gana los apodos de talibán, retrógrado o intolerante? La respuesta es simple y compleja a la vez: debemos atrevernos a vivir lo que predicamos; intentar aplicar en todos y cada uno de los ámbitos de nuestras vidas los principios que decimos defender y promover. Debemos ser coherentes con ellos. Y no sólo porque "perdemos piso" ante el resto del mundo si somos inconsecuentes, sino que principalmente porque sólo en la medida en que nuestra voluntad sea recta podremos descubrir qué se nos exige en las distintas circunstancias y situaciones de la vida. Para promover el bien primero se debe vivirlo. Y para esto tenemos que esforzarnos.

Más difícil de percibir resulta el deber ser de nuestra actuación social, pública y/o política. Si bien se trata de lo mismo - vivir lo que predicamos - su materialización es aún más difícil ¿Por qué? Porque para expresar socialmente nuestros principios debemos estar dispuestos a pasarlo mal, a ser valientes, a perder popularidad, a perder elecciones, a no estar en el poder a cualquier precio. Debemos estar dispuestos además a formarnos en los principios que decimos defender, a trabajar muchas horas en ello, porque sin argumentos estamos destinados al fracaso.

Si queremos expresar socialmente nuestros principios debemos luchar contra la tan arraigada creencia de que la mayoría decide qué es lo bueno y qué es lo malo. Debemos estar dispuestos a decir las cosas tal y como son. A ser radicales en lo que no se puede transar. No debemos tener miedo a decir la verdad. Debemos recordar que la política es para algo, y que por lo mismo no vale la pena estar y perpetuarse en los cargos si es que no se está dispuesto a conducir a la sociedad hacia el Bien. Nuestra actuación pública y política - ya sea a nivel universitario, municipal o nacional - está llamada a cambiar radicalmente el mundo. A romper el orden actual de las cosas. A no conservarlas tal y como están. No debemos ser ni pluralistas ni tolerantes con lo que simplemente no se puede serlo. Estamos llamados a ser revolucionarios y no conservadores. A ir contra los arquetipos y sistemas que están de modas. Hitler, Lenin y Allende, entre muchos otros, se atrevieron a revolucionar la sociedad en que ellos vivían fundados en principios falsos y erróneos. Nosotros, con principios sólidos y verdaderos no podemos ser menos. Tenemos que ofrecerle un sueño a nuestra sociedad. Estamos llamados a revolucionarla. Estamos llamados a ser jóvenes revolucionarios. Es nuestra responsabilidad...